Anoche entre mis mp3 viejos encontré esta canción, The Moment of Truth, tema central de esa aventura épico-deportiva-te-mato-a-vergazos de hace unos 20 años y que se llamaba Karate Kid. La canción como tal no es que sea mala, tampoco es la gran cosa, pero para esos años pasaba. La cantaba Survivor, grupo experto en soundtracks, porque así rápido me puedo acordar de In the Burning Heart y The Eye of the Tiger, las dos de Rocky, casualmente otra película de tipo épico-deportiva-te-mato-a-vergazos donde el protagonista tiene cara de imbécil y lo muelen a cerotazos.
Pero enfocándonos en Karate Kid, ahora que han pasado muchos años, aun no me explico porque gustó tanto la mencionada película, si el cuate se dedicaba única y exclusivamente a recibir golpes y más golpes. Se muda y le dan la bienvenida a golpes. Va a la escuela solo a que lo pijaseen. Entra a un gimnasio solo a recibir penca. Va a la playa y adivinen qué, si, mas morongazos. Va a una fiesta de disfraces e incluso disfrazado recibe su cumbia de cerotazos. Por si no era bastante, va a escondidas al club de los caqueros y termina dándose un gran talegazo contra uno de los meseros. Ahora, yo digo que el cuate este algo burro si tenía que ser porque no satisfecho con todo lo que recibió se fue a inscribir a un torneo para que le siguieran dando para sus chicles, el masoquista cerote. Claro, que allí ya se sintió machito porque contaba con el viejito chino, o mejor dicho japonés, y para ser más preciso okinawense, que por cierto el actor ya descansa en paz. Pero bueno, como iba diciendo, el cuate este Daniel-san, como buen mula se sintió machito y además se creyó la paja de que pintando la casa, barnizando unas paredes y encerando y puliendo carros iba a aprender karate. Pero todavía mas mulas nosotros que nos poníamos “wax-on, wax-off” y pensábamos que con eso ya éramos los tatas verguiadores. Al menos el cerote este salió bien parado con el carro que le regaló el viejito.
Ahora, la paja que si raya el absurdo es la del torneo. Lo verguiaron toda la película, lo reventaron todos los contrincantes a lo largo del torneo y prácticamente con la cadera dislocada, tres costillas rotas, un pulmón perforado y más cara de imbécil que nunca, va, se recupera y le gana al mas cabrón de los malos con la patada de la grulla. Y para el colmo de las exageraciones se termina quedando con la canchita, que por cierto, rebuena salió la Elizabeth Shue allí, es que estaba tiernita la nena.
Pero puuuuta, por favor, eso no pasa en la vida real muchá. En la vida real lo mas seguro es que al hacer el mate de la patada, el otro se hubiera quitado, le hubiera pegado un tremendo cachimbazo en la geta y lo hubiera dejado desmayado. Dos horas después al despertar solo hubiera visto al señor Miyagi y éste le hubiera dicho “paco valgas, inútil celote, devolveme mi calo amalillo”. Y la canchita se hubiera enmotelado con el que lo terminó de tasajiar. Así si ya parece más creíble la casaca.
Pero bueno, la magia de Hollywood y sus cosas. Ahora que lo pienso detenidamente, mas duro le hubieran dado al pisado, porque la canchita era para mí.
Pero enfocándonos en Karate Kid, ahora que han pasado muchos años, aun no me explico porque gustó tanto la mencionada película, si el cuate se dedicaba única y exclusivamente a recibir golpes y más golpes. Se muda y le dan la bienvenida a golpes. Va a la escuela solo a que lo pijaseen. Entra a un gimnasio solo a recibir penca. Va a la playa y adivinen qué, si, mas morongazos. Va a una fiesta de disfraces e incluso disfrazado recibe su cumbia de cerotazos. Por si no era bastante, va a escondidas al club de los caqueros y termina dándose un gran talegazo contra uno de los meseros. Ahora, yo digo que el cuate este algo burro si tenía que ser porque no satisfecho con todo lo que recibió se fue a inscribir a un torneo para que le siguieran dando para sus chicles, el masoquista cerote. Claro, que allí ya se sintió machito porque contaba con el viejito chino, o mejor dicho japonés, y para ser más preciso okinawense, que por cierto el actor ya descansa en paz. Pero bueno, como iba diciendo, el cuate este Daniel-san, como buen mula se sintió machito y además se creyó la paja de que pintando la casa, barnizando unas paredes y encerando y puliendo carros iba a aprender karate. Pero todavía mas mulas nosotros que nos poníamos “wax-on, wax-off” y pensábamos que con eso ya éramos los tatas verguiadores. Al menos el cerote este salió bien parado con el carro que le regaló el viejito.
Ahora, la paja que si raya el absurdo es la del torneo. Lo verguiaron toda la película, lo reventaron todos los contrincantes a lo largo del torneo y prácticamente con la cadera dislocada, tres costillas rotas, un pulmón perforado y más cara de imbécil que nunca, va, se recupera y le gana al mas cabrón de los malos con la patada de la grulla. Y para el colmo de las exageraciones se termina quedando con la canchita, que por cierto, rebuena salió la Elizabeth Shue allí, es que estaba tiernita la nena.
Pero puuuuta, por favor, eso no pasa en la vida real muchá. En la vida real lo mas seguro es que al hacer el mate de la patada, el otro se hubiera quitado, le hubiera pegado un tremendo cachimbazo en la geta y lo hubiera dejado desmayado. Dos horas después al despertar solo hubiera visto al señor Miyagi y éste le hubiera dicho “paco valgas, inútil celote, devolveme mi calo amalillo”. Y la canchita se hubiera enmotelado con el que lo terminó de tasajiar. Así si ya parece más creíble la casaca.
Pero bueno, la magia de Hollywood y sus cosas. Ahora que lo pienso detenidamente, mas duro le hubieran dado al pisado, porque la canchita era para mí.