Si, ya sé que a veces, solo a veces, el ruletero se pone grotesco, pero qué sería de la vida sin momentos carentes de clase y delicadeza. Así, precisamente atravesando una de esas etapas grotescas, estaba yo tranquilamente en mi cuarto, sin nada más que las divagaciones de un cerebro con fiebre a medio proceso vírico-gripal y ligero dolor de panza, cuando se me ocurrió la brillante idea de buscar los placeres corporales más placenteros (burro el cerote) que no tengan que ver con el sexo. Cabe acotar que algunos son de lo mas inocuos e inocentes, pero otros si rayan en lo shuco y patán, aunque ninguno deja de ser del todo normal, por lo que les pido que nadie se me venga a hacer el ofendido o la inocente porque como finalizaba aquel recordado poema, que yo di en llamar la oda al pedo, cito: “En esta vida caga el buey y caga la vaca / y hasta la princesa mas guapa / suelta unos grandes cerotes de caca”.
Y como hace rato que no publico nada en el formato del clásico top ten, pues allí les va, la guía internacional del ruletero sobre los 10 mejores placeres corporales que no tienen que ver con sexo. Veamos.
10. Una destapada de oídos: ¿Quién no ha sentido la desesperante molestia de tener los oídos tapados? Por un cambio de presión, un viaje en carretera con variación drástica de altura, la entrada de agua por diversos medios, etc. Después de echarse agua ensalivada, unas gotas de glicerina, alcohol, meterse una caja de hisopos o cualquier otro remedio casero sin resultados, la sensación placentera que se produce cuando la presión se normaliza, es tan remarcable que por eso alcanza un puesto en esta lista. Ese “pop” que se siente cuando el oído se destapa es simplemente indescriptible.
9. Patear la pata de la cama con el dedo meñique: Antes de que me pregunten si estoy loco, aclaro que el placer no viene de patear la pata de la cama, o en su defecto de cualquier otro mueble con el dedo meñique, porque eso duele de cagarse, es tanto el dolor que uno no sabe si halarse el pelo, llorar, gritar o mejor simplemente caer desmayado. El placer viene después, en el alivio que se siente cuando el dolor del dedo se pasa. Pocas ausencias de dolor son tan puras como esta.
8. Tronarse los dedos: O en su defecto cualquier articulación que no esté debidamente acomodada, como cuello, rodillas, codos, etc. La incomodidad que produce la falta de acoplo correcto es sumamente molesta, hasta que llega el acomodamiento justo, la articulación truena, o la hacemos tronar a propósito, y como por arte de magia, todo encaja a la perfección y podemos seguir con nuestras vidas.
7. Un estirón después de dormir 12 horas: Se acuestan extenuados después de un día sumamente difícil. La cama tiene sábanas limpias. La oscuridad es ideal. Caen fritos por 12 horas sin soñar siquiera. Nada perturba su descanso. Abren los ojos y ya está bien entrado el día siguiente, en el que no tienen que hacer nada. Luego de cobrar conciencia por unos momentos, concentran toda su energía en pegarse un estirón con el que no dejan un solo músculo indiferente y con el que prácticamente duplican su longitud. Ahora díganme si no merece un lugar en esta lista.
6. Rascarse con total impunidad: No importa cual zona del cuerpo es la que causa la picazón, lo importante de este placer, para que sea eso precisamente, es contar con la mas absoluta y cómplice impunidad, que no haya nadie viéndonos y poder ensañarnos con el área afectada, rascando con decisión, gozo e incluso con violencia hasta alcanzar el nivel deseado de satisfacción. Particularmente placentero cuando el área afectada es “incómoda” de rascar en público, por el morbo de lo prohibido que le añade.
5. Tres estornudos seguidos: Una rápida e inesperada sucesión de estornudos, violentos, fuertes y escandalosos que hacen estremecer nuestra osamenta y nos dejan sin oxígeno. Duelen hasta los omóplatos, quedamos viendo luces y flashes, sin contar con un ligero mareo y una hipersensibilización momentánea, pero que debe ser lo mas parecido a alcanzar el nirvana inducido por psicotrópicos sin necesidad de ingerirlos. Brutal.
4. Un largo eructo: ¿Embotamiento? ¿Llenura? Esa desesperación de sentirse lleno de gases y no poder sacarlos puede conducirnos a la demencia temporal. Después de tomarse el vasito de agua con una cucharada de bicarbonato y nada, después de probar tomándose una salutaris con sal y limón y nada, justo cuando empezamos a creer que estallaremos, alguna misteriosa válvula se abre y deja fluir un espectacular eructo, desde las profundidades de nuestras entrañas, y lo suficientemente largo como para recitar el abecedario con él. La ligereza que se experimenta a continuación debe ser muy parecida a la gravedad cero.
3. Sacarse un moco difícil: Y con moco no me refiero a la mucosidad liquidificada que nos escurre a todos al sonarnos la nariz, sino a la misma mucosidad pero solidificada, lo que de manera coloquial en Guatemala llamaríamos un Jute, de esos ingratos que se adhieren con todo su inmundo cuerpo al interior de nuestras fosas nasales. Sonamos y resonamos la nariz, desperdiciamos pañuelos y más pañuelos y el infeliz no sale. Sentimos que llevamos la cara de lado por el peso y la molestia que el puto jute transmite a nuestra nariz. Incluso introducimos dedos en las fosas nasales pese a lo antihigiénico y poco glamoroso del asunto. Y nada. Hasta que le da la gana al maldito de desprenderse, entonces sentimos que podemos respirar de nuevo, lo sentimos caer y asomar al borde de la nariz, de donde con un pequeño soplido va a dar al pañuelo mas cercano. Una batalla más que se ha ganado y la sensación de triunfo y tranquilidad es difícil de explicar.
2. Mear después de aguantar: Darle salida a las aguas menores después de un buen rato aguantando las ganas es uno de los mayores placeres que existen y en esto si creo que estamos todos de acuerdo. Cuando nuestro cuerpo ha ido acumulando líquidos y mas líquidos y ya ni los riñones ni la vejiga los aguantan, pero que por una u otra causa no podemos evacuar, se va apoderando de nosotros un desasosiego que poco a poco nos va llevando al borde de la locura. Olvidamos nuestra educación, nuestra vergüenza y todo con la única intención de encontrar un lugar donde poder dejar correr nuestra orina contenida. La calidez que invade el cuerpo y un ligero estremecimiento de la piel hacen que valga la pena el martirio de haber aguantado tanto tiempo. ¿o no?
1. Un pedo después de tener diarrea: Han pasado dos días con la mas profusa de las diarreas, una cagazón de las que solo pueden ser producidas por el cólera morbus o por comerse dos libras de manías y tomarse medio litro de leche fría con un ceviche de camarones. ¿Captan la idea? Citando palabras del legendario Zacapa, son surcos de caca, y sienten que hasta por los oídos les van a salir los chorros. En ese estado hay muchas cosas que nos asustan. Nos asusta pensar en ir al baño porque allí nos está esperando el maldito y áspero papel, que a estas alturas se siente como lija. Nos asusta toser o estornudar, pues no confiamos en nuestra contención hermética y corremos el riesgo de pasar una muy seria vergüenza si aflojamos de más el cuerpo durante la tos o el estornudo precitados. Nos derrumbamos y no nos consideramos más que piltrafas. Acostados, tratando de dormir, llega la necesidad de ir al baño, justo cuando ya hemos perdido la dignidad y la gana de mantener cierto decoro. Y le damos luz verde a lo que pensamos que será una efusión más, pero lejos de sentir el tibio líquido fluir, sentimos y “escuchamos” el sonoro rugido de un pedo, atronador y presuroso en su ruta a la libertad. El sentimiento que en ese momento nos embarga y lo reconfortado que el cuerpo se siente, difícilmente tengan rival en otros placeres corporales sin involucrar al sexo claro. Ese primer y atronador pedo después de días de tormentosa diarrea anuncia el fin de la pesadilla, la vuelta de la estabilidad y la tranquilidad, indica que ya podemos empezar a reconstruir nuestra dignidad, nos hace saber que ya podemos carcajearnos o toser o estornudar sin miedo a lo que pueda pasar. Por eso, se lleva el primer puesto en este top ten.
Sugerencias bienvenidas.