domingo, noviembre 01, 2009

Caminando, una noche de lluvia.

Una calle en penumbra y solitaria, rota su monotonía por farolas callejeras que mas que iluminar, derramaban melancolía en un cansado y tenue chorro de luz bañando de amarillez aquel pavimento oscuro.


Débil lluvia, desgranada en gotas sueltas y perezosas, formando charcos y pequeñas corrientes sobre el río pétreo de asfalto, permitiéndole reflejar una realidad distorsionada en una simetría borrosa proyectada en aquellos espejos al óleo.


Una línea difusa e imperceptible separando la realidad de su reflejo, sin poder diferenciar los extremos de ambas y confundiendo la percepción de cualquier despistado que se aventurase en aquella silenciosa soledad, haciéndole creer que podría hundirse en uno de aquellos reflejos abstractos.


Pasos, pasos pausados y rítmicos, resonando en los rincones de la noche con ecos profundos de lentitud desesperanzada, de parsimonia indiferente, de pasos resignados a una futilidad infinita como si lo único que importara fuera seguir moviéndose y no el destino o el origen, sin ambición, sin metas, sin promesas, sin emoción.


Viento húmedo y frío que golpea lo mas profundo del alma con su desolación, con la altivez de quien se sabe libre de lo mundano, de lo coloquial, de lo intrascendente. Viento insidioso y penetrante, cubriendo con su manto gélido el último rescoldo de calor en el corazón del caminante.


Manos en los bolsillos, los brazos apretados contra el cuerpo, una chaqueta y sus solapas levantadas en un inútil intento de aislar aquel ingenuo de las inclemencias del tiempo, del viento, de la noche, de los pasos, del reflejo, de la realidad. Una introspección cuyo fin máximo es permitir seguirse moviendo, seguir avanzando y evitar que se pierda en la penumbra que prevalece en la calle, en la lluvia, en su interior.


Estoica resignación, un suspiro que se escapa involuntario mientras resuenan nuevos pasos, mientras el caminante se arrebuja entre sus ropas y en la distancia se oye el lamento de un perro desvelado.


En el cielo las nubes corren para llevar su llanto a otras partes, para fundir la realidad con su reflejo en otras calles, mientras aquel infeliz se detiene un instante, aspira profundo tratando de absorber un poco de lluvia por si desde la distancia aquellas gotas tristes pudieran traer un poco la esencia de aquella que podría salvarle, iluminarle, amarle. Y mientras contemplaba el presuroso andar de las nubes, le dedicó un pensamiento a ella. Y siguió caminando.


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